viernes, 29 de agosto de 2008

LA TRINIDAD MONOTEISTA


Judaismo Cristianismo Islamismo

I – EL JUDAISMO.

Proyectadas bajo las sombras alargadas de las pirámides faraónicas de Atón, las tres religiones monoteístas mayoritarias, judaísmo, cristianismo e islamismo, nacen a tiro de piedra unas de otras como espejismos de las arenas desérticas de la península arábiga.

Semitas bíblicos hijos de Sem, hijo de Aram, escribieron en arameo, lengua imperial que abarcaba el siríaco caldeo asirio hebreo y árabe, la saga de su etnia. Una accidentada historia de cautiverios y repatriaciones, su particular interpretación de la creación del mundo, la confesión introspectiva y contrita de sus pecados errores y desviaciones en el trato directo con su Dios, los terribles anatemas de sus profetas. Conmovedora historia humana, si prescindimos de las exégesis posteriores, que les restan grandiosidad.

Ingente obra literaria, el Antiguo Testamento o Biblia, cuenta con el mayor número de traducciones y reediciones. Su denso lenguaje poético, tanto sacro como profano, ha influido en las letras de todos los pueblos de occidente, de lo que tal vez la lengua española sea el exponente más ajustado, así como Homero sigue influyendo en la épica universal.

El elitismo endogámico del llamado a sí mismo Pueblo elegido de Dios, se circunscribe al reino de Israel. De unidad y unicidad étnica y religiosa, el judaísmo apenas va a extenderse más allá de su propia raza y territorialidad. El sincretismo aperturista de Salomón que pudo haber conseguido un imperio, fue anatematizado por los profetas.

Cultura tan patriarcal como matriarcal, da una gran preeminencia a la mujer. Sara, esposa de Abraham, madre de Isaac salvado del sacrificio por orden de Dios; Agar, la concubina egipcia madre del primogénito Ismael, ambos arrojados del seno familiar. Rebeca, mujer del amnistiado Isaac, Raquel, mujer de Jacob, padre de las doce tribus de Israel, Rut la moabita, abuela del rey David. Betsabel, la adúltera y luego reina, madre de Salomón. La joven viuda Judit que seduce a Holofernes para decapitarlo. Esther, la cautiva que llega a desposarse con el rey Assuero, que tras su conquista de Babilonia repatría al pueblo judío y permite reconstruir el templo de Salomón, destruido por Nabucodonosor.

A pesar de ciertas afinidades teosóficas del pensamiento judío con el de Platón y Aristóteles, muy otro curso hubiera seguido la historia si Antíoco IV al erigir en el templo al Zeus Olímpico, hubiera conseguido helenizar a Israel. Las escrituras traducidas y los Evangelios, ya en tiempos cristianos, se van a divulgar en griego.

Bajo la dominación romana, el emperador Tito destruye definitivamente el templo y la ciudad santa de Jerusalén en el año setenta de la Era cristiana. Causando la diáspora más larga de todos los tiempos, hasta nuestros días. Muchos judíos son deportados a Hispania, que ellos, con sonoridad de vocablo del Cantar de los cantares, llaman Sefarad. Que va a ser su patria durante más tiempo que el que transcurre entre el asentamiento de Abraham, el emigrante más afortunado de la historia, en las tierras de Canaan, donadas por Dios, que la esclavitud en Egipto, o desde la monarquía a la diáspora.

Del Templo, tantas veces saqueado o destruido, sólo les quedaría una pared en la que lamentarse durante veinte siglos. Sin embargo, en este fenómeno único de incoluminidad e indisolubilidad tanto en tiempo como en espacio, el pueblo judío continúa cohesionado por sus propias leyes ancestrales: la Torah y el Talmud. Es la religión Padre.