sábado, 31 de enero de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

EL DESIGNIO DIVINO DEL IMPERIO ROMANO (Dante Aliguieri)

Conscientes los romanos de su inferioridad cultural y artística respecto a los griegos, ningún otro pueblo vencedor va a admirar más a un pueblo vencido. Y tratan de emularlos, e incluso superarlos en lo posible. Aúnan sus lenguas en el latín universal, deudor del griego, que se impone en sus dominios desde las Galias y Bretaña a Colonia, el Mediterráneo y la península Ibérica. Pragmáticos ingenieros más que artistas, articulan sus territorios trazando vías y calzadas, elevando puentes y acueductos. Romanizan o crean ciudades que defienden amurallándolas, a las que dotan de alcantarillado termas foros circos anfiteatros arcos de triunfo, y templos que dedican a dioses griegos romanizados en latín. Las primitivas Ahura Mazda caldeas del dios del Fuego, Marduk en Sicilia y Melkart en Gades, son dedicados por los griegos a Poseidón y por los romanos a Zeus-Júpiter, dios del Rayo, el dios de la Luz de Platón.

Tras la Pax Augusta el Imperio Romano va a vivir la mayor y más perdurable conmoción espiritual de la historia de la Humanidad, con la aparición de un profeta en sus provincias más belicosas, Galilea y Judea, antiguo reino unido en tiempos de David y Salomón. Durante los tres primeros siglos de la Era Cristiana, fechada mucho más tarde por los papas, que dividen los tiempos en Antiguo y Nuevo, la religión nacida en Palestina se ha extendido hasta Etiopía Damasco Trebisonda Tarso Tesalónica Corinto y Roma, que la propaga por todo el occidente meridional y central. La sangre de los mártires cristianos que empapa el imperio, ha minado las peanas de sus dioses paganos, y la misma ciudad de Roma con las catacumbas.

Convencido de que ya no hay vuelta atrás, Constantino el Grande proclama la nueva religión del imperio, y acosado por la infiltración de los bárbaros del norte germanos y eslavos, traslada su capital a la antigua colonia Bizancio, a la que llama Constantinopla. Con la dedicación de las basílicas de San Pedro y San Juan de Letrán, y la del Santo Sepulcro en Jerusalén, de los altares y sarcófagos de las catacumbas sale a la luz el austero arte paleocristiano, propagado ya por todos los territorios imperiales.

Sólo un siglo después Roma cae en poder de los bárbaros romanizados. El último emperador Rómulo Augusto es depuesto por el ostrogodo Odoacro, a su vez derrotado por Teodorico. Establecida la capital en Rávena, Teodosio el Grande divide el imperio en oriental y occidental, que el Gran Justiniano trata de reunificar en el siglo VI. Triunfa sobre la iconoclasia cristiana, contagiada por la judía, que después adoptarán también los musulmanes. Para conmemorarlo reconstruye la primitiva iglesia costantiniana de Santa Sofía, que ha quedado totalmente destruida en la guerra de religión, inaugurándola como el templo más grande y fastuoso de la cristiandad. Su estilo oriental bizantino se copia en Santa Sofía de Kiev en Ucrania, en Novgorod y Moscú, en Bulgaria y Trebisonda. El San Vital de Rávena servirá de modelo a Carlomagno para su capilla de Aquisgran, foco de difusión del arte bizantino en Europa.

Tras la caída de Roma en el siglo V, los visigodos, cristianos arrianos, se habían establecido en las Galias, con capital en Toulouse, y en Hispania con capital en Toledo. El Constantino visigodo, Recaredo, abjura de su arrianismo, ya que su reino es cristiano romano, con sedes episcopales en Guadix, Elvira y el resto de España. Los visigodos imponen un arte recio y sólido con reminiscencias de su arte autóctono celta, y del bizantino, con el que han convivido hasta conquistarlo.

Para el siglo IX, con Carlomagno el cristianismo queda sólidamente implantado en casi toda Europa. Los países nórdicos incluida Islandia, están siendo evangelizados por monjes irlandeses. En los monasterios se cultiva el arte bizantino de santos y cristos Pantocrátor policromados, de enormes ojos estáticos y majestad imperial justinianea. Finalizando el primer milenio cristiano este arte se ha deslizado al prerrománico, con sus propias características regionales, sin prescindir del lugar común de cristianismo europeo que representa. El más esquemático ejemplo de esta evolución es el monasterio de Suso en San Millán de la Cogolla, La Rioja, donde encontramos desde el eremitorio rupestre primitivo, hasta el bizantino pre-románico románico visigótico mozárabe gótico y mudéjar.

Del incipiente y victorioso reino visigótico asturiano, se conserva la iglesia de San Miguel de Lillo en el conjunto arquitectónico de Santa María del Monte Naranco, cuyo palacio, como el de los Reyes de Navarra en Estella, de finas columnas ventanales, nos sugieren un todavía por venir renacimiento palatino italiano. Con Alfonso III el Grande, ya rey de León donde tiene su corte, a la Cruz de la Victoria de Pelayo se le cuelgan en los brazos los signos greco-bizantinos Alfa y Omega, principio y fin de todas las cosas, señas de identidad contra el horizonte en el ojo del puente romano de Cangas de Onís, primera victoria de la Reconquista.

sábado, 24 de enero de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

Filosofía de la historia de la Arquitectura


AL OESTE DEL EDÉN

Apenas el hombre se había despojado de su peluda piel de simio y comenzaba a configurar antropomorfos muñequitos de barro a su imagen y semejanza, que luego divinizaba, toscas vasijas para uso doméstico y dólmenes megalíticos donde enterrar a sus muertos para eternizarlos, proveyéndolos de alimentos y de sus pertenencias personales, en la orilla de Poniente del Nilo nacen unos descomunales hongos de piedra de mundo de Titanes, llamados pirámides, más impactantes por su sobrehumana grandiosidad que por su propia belleza. Se especula que fueron construidas por extraterrestres. Pero desde la más arcaica, la escalonada de Saqqara, cada una de ellas corresponde a una enumerada dinastía y al nombre concreto de un Faraón.

Al mismo tiempo más o menos, en Mesopotamia, donde estaba ubicado el Paraíso Terrenal, se construían zigurats, templos sagrados donde adoraban al Fuego purificador, estelas conmemorativas de hechos de guerra y conquistas, colosales palacios y jardines colgantes. Por confluencia con ambas civilizaciones nace la cultura minoico-cretense en el mar Egeo, donde según algunos estudiosos había ocurrido el cataclismo de la Atlántida, que por toponimia, y según Platón, tuvo lugar en el océano de su nombre.

Para entonces ya habían aparecido conjuntos megalíticos como el de Stonehenge en Inglaterra y la Cueva de Menga en Antequera, cuya interioridad de arcaico y modesto templo egipcio nos transporta a esa civilización, no tan ajena, ya que en sus cercanías se han encontrado urnas funerarias egipcias de alabastro de tiempos de los cartagineses.

En el año 1100 a.C., los tirios, fenicios hegemónicos tras el oscurecimiento de Micenas, fundan Cádiz 80 años después de la caída de Troya, y nos dejan su religión en el templo a Melkart en la isla de Sancti Petris, en el sur, que los griegos dedican a Herakles y los romanos a Hércules, existentes aun en tiempos de Trajano y Adriano.

Con la superación de la cultura micénica en la Grecia continental, los griegos, impregnados de sus vecinos del Próximo Oriente y del cercano Egipto, empiezan a desarrollar su hegemonía del mar. A mediados del primer milenio a.C., construyen palacios y templos de infinita armonía, como el insuperable Partenón, lejos del titanismo de sus predecesores. Para entonces ya se había construido el Templo de Salomón por arquitectos fenicios, que ya habían dejado de epigrafiar sus monumentos con signos cuneiformes e inventado la escritura silábica, que adoptada por los griegos, éstos van a difundir por todo Occidente.

Se dice que sin el helenismo de Alejandro Magno, Europa tal como la conocemos hoy no hubiera existido. En efecto, las extensas conquistas del macedonio hacen posible la simbiosis de las grandes culturas del más cercano Oriente con las del todavía soñoliento despertar occidental. Con su temprana muerte desaparece su vasto y efímero imperio, repartido entre sus generales y amigos favoritos. Con la Eneida de la Magna Grecia en Italia, la cultura grecorromana va a imponerse hasta las orillas del Atlántico. Un imperio imperecedero en el tiempo, que territorialmente doblaba al anterior.