sábado, 11 de octubre de 2008

LAS MIL Y UNA NOCHES EN LA LITERATURA OCCIDENTAL

Escarceos sobre literaturas comparadas

LA BIBLIA Y EL CORÁN

Ininterrumpido hilo de Ariadna, la creación literaria nos conduce por el dédalo del tiempo hasta nuestros días. La fusión de las lenguas semíticas da lugar al árabe posterior. La escritura silábica fenicia adoptada por el alfabeto griego, al latín, madre de las lenguas románicas occidentales. Estos dos grupos lingüísticos son el aglutinante de las tres religiones monoteistas mayoritarias del planeta.

El Antiguo Testamento, traducido al griego por setenta participantes hebreos de la Alejandría helenística de Ptolomeo Filadelfo, y luego los Evangelios, divulgados en latín, extienden por toda Europa la filosofía judeocristiana. El árabe va a alcanzar una gran parte de Asia y África en alas de su libro sagrado el Corán, trasunto de la Biblia judía, a su vez influenciada por los libros sagrados egipcios y el Código de Hammurabi con la Ley del Talión, que Cristo abolió en sus predicaciones.

Como tercera y más joven religión abrahamanica, el Corán refunde los mil quinientos años de escrituras hebreas y los seiscientos de cristianismo hasta su fundación, desde el Pentateuco primigenio, dictado por Dios a Moisés a la salida de Egipto en el Monte Sinaí, y según el investigador estadounidense Harold Bloom, el Javeh de J., escrito por Betsabé, esposa del rey David y madre de Salomón, es llamativo el salto cualitativo literario que durante la cautividad en Nínive, capital de la Asiria imperial del siglo VIII a. C., experimentan los cronistas bíblicos con los libros de Jonás, Job y Tobías, y con los de Esther, Daniel, los Salmos y el Cantar de los cantares de poesía persa, durante la cautividad en Babilonia a mediados del siglo VI a. C.

Hasta los Macabeos de la época prerromana, el pueblo judío es un reino metafísico existente sólo en sus propias crónicas sobre los grandes imperios circundantes, del que ninguno de ellos hace mención histórica.

El Corán, también dictado por Dios a Mahoma, reconoce con Homero que a sólo Dios pertenece el poderío. Pero no por eso cesan las rivalidades entre el eternamente enojado y vengativo Javeh y el antitético clemente y misericordioso Allah,. Incluso los budistas tibetanos bajaban hasta Bizancio, ya Constantinopla, para poner paz entre cristianos y musulmanes.

Opuestament a la asfixiante ortodoxia coránica, los cuentos de Las mil y una noches, literatura profana de siete siglos de hegemonía islámica, recopilados por abasíes de Calcuta en 1226, de autores anónimos de la extensa geografía que abarcaron, cuyas culturas absorbieron, enriqueciéndose con las bibliotecas persas y sasánidas. Del sánscrito con Simbad el marino indio, el Turandot chino, los cuentos egipcios del Nur al Din magrebí, con Aladino y su lámpara maravillosa, de sugerente interpretación, y del muy versátil Alí Babá y los cuarenta ladrones. Muchos de estos cuentos arcaicos fueron reelaborados en Bagdad, la Ciudad de la Paz, en tiempos del califa Harum al Rashid.

Compendio de la sabiduría universal de sus tiempos, Las mil y una noches exalta el consumo del vino, prohibido por el Corán, el amor a los placeres sexuales, que adoptaron de las doctrinas tántricas de la India, la avaricia de lujos y riquezas, de las que podrían gozar en el Paraíso de Allah, sobretodo los que morían en la guerra santa. Abunda la jocosidad de los eunucos, la picardía del adulterio y el incesto, la homosexualidad y hasta el bestialismo.

Con regusto a Odisea, los marinos musulmanes navegan hasta escapar del Mar del Terror y entrar en el de la Esperanza o isla de la Salvación. Llegan a tierras de monos antropófagos, que no conocen a Dios, no rezan, son lascivos y hablan una lengua incomprensible. Beben licor de serpientes, como en la Tailandia actual, y acompañados de genios y efrites, flotan sobre los Siete Mares en la alfombra mágica del hachís del Magreb, el betel de la India, el tcha de Ceilán, el opio de la China, y encuentran la flor del Loto de los dioses en el otro confín. Describen un pájaro dinosáurico alado, el extinguido ruj de Madagascar. Comercian en las islas de la canela y la pimienta, partiendo de Basora o Kufah, del Yemen o de Omán. Distorsionando las distancias señaladas por Ptolomeo, dan 95 años hasta llegar a Egipto, 120 hasta la más lejana India.

Porque según el Corán, Dios hizo al hombre superior a la mujer, la sutilísima Sherezade es adalid de la emancipación de la mujer del Islam. El todopoderoso sultán goza de sus mujeres, y como una invertida mantis religiosa las decapita después. Es el viudo negro. Pero la sagaz Sherezade va a emascular su aguijón letal con el más incruento pero eficaz atributo humano: la palabra. Inteligentemente traza su plan, que luego va a sublimizar con el amor. Cómplice su hermana Dunyazad, sentada junto a ella en la misma cama en la que embelesado escucha el sultán.

Mil y una vez Sherezade va a ser autorizada a narrar un cuento mántrico. Mil y una vez va a adormecerlo como a un hijo, oh rey feliz. Mil y una vez advierte que está amaneciendo, e interrumpe el relato para el que había sido autorizada. Durante mil y una noches Sherezade ha esquivado la muerte y ha concebido un hijo. Pasará el resto de su vida en el amor de su sultán y de su prole, hasta que llegue la destructora de la paz y de la alegría. La disgregadora de las sociedades.