domingo, 19 de abril de 2009

AVENTURA DE LA PALABRA HABLADA Y ESCRITA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

LATÍN UNIVERSAL

Con la Pax Augusta, el Imperio Romano se solidifica y cohesiona entre los distintos pueblos y razas que lo conforman, sobre dos pilares principales: lengua y religión. “Imperio universal y eterno del providente destino de los dioses”, según la Égloga IV del aún pagano Virgilio, sintetizado en el “Designio divino del Imperio Romano” en la Divina Comedia de Dante Alighieri, basada en la nueva religión originada en Judea y Galilea, extendida por Palestina, Siria y Asia Menor, e imperializada desde el San Pedro constantiniano por todo el Oriente Medio, África septentrional y Europa meridional hasta sus confines atlánticos.

Tan vasto como el propio imperio, el latín universal irremediablemente tenía que contar con diferencias zonales, como el centum occidental, pronunciado kentum por los orientales, o el césar latino igual al kaiser germano, y otras disinencias provocadas por el uso desigual de la c k qu ch cche, etc., que tanto contribuyen a distorsionar ortografía y prosodia en los nacionalismos lingüísticos románicos del segundo milenio, hasta en las lenguas menos directamente influenciadas por el latín, como el inglés y el alemán, y que aún hoy no hemos conseguido simplificar.

A principios de nuestra era, ya hacía tiempo que los grandes escritores clásicos latinos, que habían asimilado toda la sabiduría helenística que nos transmitieron a su vez, leían y escribían en griego. En los dos primeros siglos, hasta Grecia hablaba latín, cuando ya Roma y sus principales provincias habían alcanzado la erudición en su propia lengua, en Retórica, Leyes, Poesía, Teatro, Historia etc.

En el siglo II Tertuliano de Cartago crea la literatura cristiana, adaptando la vieja lengua de los grandes retóricos clásicos a las nuevas ideas de sus tiempos y a la realidad actual del Imperio. Después de la destrucción definitiva del Templo de Salomón por Tito, el helenizado Flavio Josefo escribe la Historia de los Judíos. Su hermano de raza Pablo de Tarso, también ciudadano romano, sienta las bases de la nueva religión, desprendida de la suya propia, con sus cartas a todos los principales núcleos cristianos esparcidos por el imperio: Tesalónica, Corinto, Roma, etc. A los Cuatro Evangelios, únicos que son declarados canónicos por la Iglesia de Roma, se les van añadiendo los Evangelios Apócrifos, los Hechos de los Apóstoles. San Juan de Patmos escribe su visionario Apocalipsis, que se va pareciendo cada vez más a la realidad actual.