sábado, 21 de febrero de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

EL DESPEREZO RENACENTISTA

Desperdigados los templarios, que habían transformado los castillos islámicos al románico y al gótico, copadas las comarcas con abadías y sedes episcopales que desde sus tronos catedralicios hacían rica y famosa la región, tras la gran peste que asola Europa a mediados del siglo XIV, en el próspero ducado de la Florencia de Lorenzo de Medici, como un brote telúrico nace un ramillete de genios universales versados en todas las artes y ciencias a la vez, que repiten la Grecia del siglo V antes de nuestra Era.

Precedido por las Letras, se va perfilando un movimiento que mira más hacia el futuro que al pasado, en el que prima más el palacio que la iglesia. El laicismo renacentista tiende al clasicismo griego pagano y profano, añadiendo lo lascivo a lo carnal. Los frescos de la Capilla Sixtina llevan a los papas del concilio de Trento a vestir desnudeces. Contra ello predica Girolamo Savonarola, que morirá en la hoguera, que había inducido a muchos librepensadores a ocultar o destruir libros de esoterismo o herejía, y al mismo Botticelli a quemar algunos de sus etéreos y deliciosos bocetos.

El esbelto arco gótico apuntado de portadas ventanales y claustros, pierde su agudeza, retornando al sobrio medio punto semicircular. Desde Florencia a Roma y Venecia proliferan palacios renacentistas como los de Medici Farnesio y Barberini, papables ya. Las Madonas, despojadas de su hieratismo divino cobran un cercano aire humanista. En el siglo XIX los pintores ingleses acuñan el neologismo discriminatorio individual llamado Prerrafaelismo, laudatorio o crítico, lo que el Código da Vinci nos podría aclarar.

Brunelleschi erige la cúpula de Santa María de Fiori en Florencia, y Miguel Ángel, siguiendo a Bramante, la del Vaticano, con el esplendor que Julio II había proyectado para aquella basílica de tiempos de Constantino. La cúpula, símbolo del útero materno, se repite tanto como el frontispicio griego en todos los palacios legislativos del mundo, en Washington y la Habana, entre otros muchos.

El Renacimiento no va a ser inmediatamente aceptado por el resto de Europa, tan apegada al excelso gótico, pero tardíamente influirá en su transformación. En París, cuna del gótico tanto como Borgoña del románico, coincidiendo con la estancia de Leonardo da Vinci en la corte de Francisco I, Francia empieza a abrirse al Renacimiento. Después, en la de su hijo Enrique II casado con Catalina de Médici, el palacio Pitti, corte ducal de Florencia, va a servir de modelo para el de Luxemburgo y Fontainebleu.

Tanto los Países Bajos como Alemania siguen aplicando el gótico en edificios civiles, y desde el imponente castillo de Heidelberg, saltan casi al romántico de sus castillos de cuentos de hadas del Rey Loco Luis II de Baviera. Mucho más aferrada aun, Inglaterra ha hecho del gótico su razón de ser, aplicándolo a catedrales y castillos, en Oxford y en Cambridge, hasta el gótico Tudor y el neogótico victoriano de sus colonias en Norteamérica, África Asia y Oceanía. Muy tardíamente va a adoptar el estilo del discípulo de Miguel Ángel, Andrea Palladio, tanto en palacios urbanos como rurales.

En las dos naciones hegemónicas del siglo XVI, en España la transformación del gótico tardío se llama estilo Isabelino, flamenco, flamígero o plateresco, que afecta más a lo decorativo que a lo estructural. En Portugal, siempre al unísono, el estilo Manuelino, cuya característica más sobresaliente, la columna salomónica en espiral, adornada con trepantes hojas vegetales policromadas, preconiza el barroquismo de la Contrarreforma.

Una vez conseguida la unidad de España, los Reyes Católicos empiezan su política sustituyendo fortalezas defensivas y castillos caballerescos por palacios señoriales, desmochando almenas, característica islámica de la que quieren prescindir. Con la disolución de las Órdenes Militares, estos poderes son asumidos por el rey Fernando.

En estilo isabelino se construyen en la Cartuja de Miraflores de Burgos, los sepulcros de sus padres, Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, y el de su joven hermano muerto prematuramente, que hubiera sido Alfonso XII. En los territorios conquistados la Capilla Real en la catedral de Granada, como la de Palma de Mallorca y Sevilla, levantadas sobre las que habían sido mezquitas mayores. El minarete Giralda, indultado, es completado luego con el Giraldillo, culmen de la más íntima simbiosis islámico-cristiana en la torre más esbelta del mundo.

El Cardenal Primado Pedro González de Mendoza, junto con su numerosa y encumbrada familia, introduce el renacimiento en España con el palacio del Infantado en Guadalajara y el de Cogolludo. El plateresco se aplica en fachadas de catedrales, Salamanca y Compostela, que como la del Pilar, van transformándose en cada renovación. Universidades, Colegios Mayores, Hospitales Reales de Compostela, Toledo y San Marcos en León.

En un sobrio estilo renacentista se construye el palacio de Carlos V en la más desafortunada ubicación, dentro del sensual conjunto de la Alhambra, tan discordante como la Pirámide de Cristal de Mitterrand ante el Museo del Louvre. Felipe II, que ha visto mucha arquitectura en Londres Flandes y el Tirol, se hace construir el Escorial, Octava Maravilla del mundo moderno, en su propio estilo sobrio y elegante escurialense o herreriano por su diseñador, repetido en el Nuevo Mundo en el que se llama el Escorial de los Andes en Quito.