sábado, 14 de febrero de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

MÚSICA CONGELADA (Goethe) BOSQUE PETRIFICADO (Nietzsche)

Recuperada Sicilia para la cristiandad por los normandos, a principios del segundo milenio se organizan las Cruzadas como ofensiva en el terreno musulmán de Tierra Santa. Los cristianos occidentales se hacen también con el resistente Imperio Romano de Oriente, y se sientan en el trono de Constantinopla y reinos adyacentes. España tiene aun para largo con su propia cruzada nacional, promovida por el papa Alejandro II, que luego va a secundar Urbano II para Tierra Santa.

A partir de la reforma benedictina de Cluny por San Bernardo de Clavaral, iconoclasta como San Pablo y San Agustín de Hipona, incluso San Juan de la Cruz dice que “el hombre devoto necesita pocas imágenes”, el arte románico, ya cisterciense, va deslizándose hacia el más exigente y suntuoso estilo gótico vertical. Se elevan las naves de crucerías latinas, las ventanas altas y estrechas agudizan sus arcos en ojivas, y estilizadas torres de agujas “cipreses de piedra”, tratan de pinchar el cielo como nuevas torres de Babel.

Este arte de los godos, llamado bárbaro por su origen germano, nace en Francia, en la antigua abadía románica de St. Denis, enterramiento de la dinastía Merovingia, con el abad Suger y Luis VII, y como el románico, con vocación europeísta. Desde allí se irradia a la imponente catedral de Chartres, inaugurada por Luis IX el Santo en 1262 como nuevo enterramiento de la dinastía Capeto.

La catedral de Nôtre Dame de París y las iglesias de la Madeleine, se van a repetir profusamente por todo el territorio francés. El gótico traspasa los Pirineos, y en Castilla se erigen las catedrales de Burgos y León, la de Palma de Mallorca en el reino de Aragón. En la Inglaterra normanda se reconstruyen las catedrales de Durham Salisbury Westminster y la primada de Canterbury. En Alemania las de Magdeburgo Ulm y Colonia. Siglos después Goethe va a elogiar la de Estraburgo y a denostar la de Milán. El estilo lombardo influye en la exquisita catedral de Barcelona y su Barrio Gótico

Iglesias visigóticas que habían sido transformadas en mezquitas, finalmente volverán al culto cristiano. Los vestigios islámico-góticos son innumerables en ellas. En el reino de Aragón el arte califal cuenta con las Seo de Urgel y Zaragoza y el espléndido palacio de la Aljafería. Continuador del antiguo arte mozárabe, el arte mudéjar adorna los cimborrios con cerámica vidriada, caladas celosías de mármol y hermosos artesonados. Estos artífices habían sido auspiciados por la dinastía convertida al Islam de los Banu Qasi del reino taifa de Tudela, entroncado con los reyes de Navarra y Aragón, a su vez entroncados con el mismo Almanzor. En sus obras cristianas abundan las inscripciones en árabe y hebreo.

Abadías-fortalezas como Ripoll y Poblet, o el castillo de Peñíscola, van transformándose del románico al gótico. En el palacio de los Reyes de Navarra en Estella, dos exquisitos capiteles adosados a la fachada representan a unos cruzados con cotas yelmos y lanzas, luchando a caballo protegido por faldón.

De la Inglaterra del último rey anglo-sajón Eduardo I el Confesor, con el normando Guillermo I el Conquistador se van goticisando el castillo de Windsor, la Torre de Londres, la abadía de Westminster y otras, cuyas techumbres de madera habían ido desapareciendo en repetidos incendios. Hornacinas en fachadas y arquitrabes se rellenan con estatuas alargadas de santos, apóstoles, parejas reales, arzobispos. Cariátides se llaman las femeninas, atlantes las masculinas. Reminiscencia léxica griega, que perdura, como los capiteles dóricos jónicos y corintios, ahora más floreados con motivos vegetales y flores de acanto.

Hoy llamaríamos pornográficos los iconos alegóricos que con descriptiva delectación, a veces soez, representan los pecados capitales, libidinosos los de lujuria. Era la Biblia de los Pobres, que no sabían leer, y cuya interpretación de Kamasutra pagano el Códice Calixtino trataba de enderezar.

Además del alzado punzante de las torres de filigranas bordadas y calados en piedra, que en el románico, más rural, eran sólo campaniles, los muros cerrados se traspasan con vidrieras, utilizando la mística magia de la luz y del color. La abadía de Melk en Viena, antiguo castillo medieval donado a los monjes por el emperador Leopoldo I, restaurado últimamente en el 2000, aunque se la encaja en el barroco español, sus cúpulas doradas de bulbos de cebolla son tan bizantinas o venecianas como si aun estuvieran ante sus puertas los otomanos. Elevada hasta el risco en que está erigida, impresionan sus enormes vidrieras de diseños vanguardistas, que acumulan toda la luz del valle del Danubio que corre a sus pies. En su imponente biblioteca, antigua Sala Imperial, como el monje Bencio en El nombre de la rosa de Umberto Eco, cualquiera puede “sentirse atosigado por la lujuria del saber.”

A lo largo del Rin del Loira y del Danubio, se elevan enriscados castillos de ensueño, como el del desgraciado archiduque Rodolfo, hijo de Sissí y del emperador Francisco José I de Austria, con sus agujas azul grises de pizarra, tan profusas como los bulbos bizantinos en toda la Europa del Este.