sábado, 28 de febrero de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

EL BARROQUISMO CONTRARREFORMISTA

Si el románico y el gótico habían uniformado Europa, el barroco traza una drástica línea divisoria. En el siglo XVI el protestantismo secciona la mitad septentrional de la unidad latina de la Iglesia de Roma. Martín Lutero en Alemania, Calvino en Francia y Swinglio en Suiza, correligionarios con una misma doctrina de divergencia y austeridad, en una renovada iconoclasia despojan los templos, que ya habían prescindido del aterrorizante zoomorfismo románico y gótico anterior, de toda representación antropomórfica también. Mucho después, el filósofo alemán Hegel sintetizará que “el antropomorfismo destruye a los dioses.” Con lo que naturalmente no están de acuerdo ni artistas ni imagineros.

El concilio de Trento condena el nuevo cisma, y la Europa de la Contrarreforma proyecta el barroco con virulencia defensiva de erupción alérgica. En el Vaticano, germanización etimológica de “Paticano”, Gianlorenzo Bernini diseña el Baldaquino y la Plaza de San Pedro con la clásica columnata imperial crestada de apóstoles papas y obispos, centrada por el Obelisco, reminiscencia del mundo egipcio, inspirados en originales traídos de allá por emperadores y papas, repartidos por la Ciudad Eterna París Londres y Berlín.

Francesco Borromini, su contemporáneo y colaborador rival, prescindiendo de cánones arquitectónicos, lo que le valdrá el epíteto de extravagante, introduce curvaturas y sinuosidades cóncavas y convexas en fachadas y balconadas de iglesias y palacios urbanos, así como en planos altos de las torres. Los interiores exhiben retablos mayores de escenografía teatral, los mantos pétreos flotan a lo Santa Teresa de Bernini, las figuras se corporizan apretadamente en los frontones, cornisas y frisos se alinean de bustos y cabezas, los rosetones se ovalan, y hasta las bóvedas, en un prodigio de técnica. Roma se embellece con grandes fuentes con motivos mitológicos paganos, de los que nunca ha llegado a prescindir: tritones náyades ninfas, caballos que piafan al aire.

En el imperio Austro-Húngaro, vástago español, Bohemia, y Baviera todavía copartícipe en la Contrarreforma, barroquizan sus catedrales, ascuas de oro, muy semejantes las de Munich, Viena, y Praga con los sepulcros del emperador Fernando I, hermano de Carlos V, y su esposa Ana Jaguellón, hermana de Luis II de Hungría, de la rama francesa de Anjou, que deja viuda a María, hermana de ambos emperadores, al morir luchando contra los turcos de Solimán el Magnífico en la batalla de Mohacs.

En el puente medieval de Carlos IV, padre de la patria checa, los jesuitas erigen una soberbia estatua de San Juan Nepumoceno, mártir patrón de Praga, con mitra arzobispal y báculo. En el siglo XIX el puente queda completo, flanqueado por 33 estatuas, entre ellas cuatro santos españoles, que recortan su perfil contra el melodioso río Moldava, que ensordece las protestas de Jon Huss.

Barroco, que fácilmente podría asociarse al primigenio barro original, sin embargo quiere decir perla imperfecta o piedra preciosa sin pulir, con cuya definición, del portugués, no están de acuerdo muchos historiadores del Arte. Del “baroque” francés significa extravagante.

En España, la elegante austeridad del Escorial sirve de contención a esa extravagancia, con muchos Ayuntamientos y torres de equilibrada sobriedad. El barroco plateresco produce en España el llamado Transparente, retablo de la catedral de Toledo, a manera del Baldaquino de Roma, la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares, la de la iglesia de San Pablo de Valladolid. Las castizas Plazas Mayores, Salamanca y Madrid, se las debemos a los Churrigueras.

Con la nueva monarquía borbónica de Felipe V, España se moderniza a la francesa. Se construyen el Palacio Real y el de Aranjuez en Madrid, el de la Granja de San Ildefonso en Segovia, cuyo alcázar con sus torres cónicas grises de castillos del Rin, es lo más centroeuropeo de nuestra península.

El estilo, que es una actitud anímica tanto como ideológica, se define en todas las artes paralelamente a la arquitectura, que según Friedrick Nietzsche es la grandeza de la eternización del hombre, porque “si los hombres no hubieran empezado por construir casas para sus dioses, la arquitectura estaría todavía en pañales.”

En nuestro país, así como la capital del románico mundial es Palencia, la del barroco es Sevilla, y lo seguirá siendo siempre con su barroquismo procesional. El Hospital de Venerables, el palacio de San Telmo, la fachada plateresca de su Ayuntamiento, e innumerables iglesias y torres. Desde aquí el barroco mudéjar va a ser trasplantado a América a través de los jesuitas, que han hecho suya la Contrarreforma, clonando su señera iglesia matriz el Gesú de Roma, en todas las capitales del Nuevo Mundo, con las iglesias de la Compañía, casi siempre adosadas a la catedral. La iglesia de San Francisco en Lima, las de Nueva España y otras muchas, exhiben una floritura mestiza indianizada con exuberantes motivos autóctonos.