sábado, 28 de marzo de 2009

AVENTURA DE LA PALABRA HABLADA Y ESCRITA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

GÉNESIS SIGLO XXI

El hombre no inventó el fuego. El Fuego era de los dioses. El hombre lo copió cuando un rayo caído de los cielos incendió un árbol. Una rama en llamas le sirvió de antorcha y los pavorosos rescoldos le dieron calor. Al dominarlo, el hombre perdió el miedo al dios del Fuego. Aprendió a andar sobre sus brasas sin quemarse, y en las oscuras noches de novilunio, espantadas las fieras que huían hacia la profundidad del bosque, danzaba a su alrededor hasta que la luz volvía a amanecer.

Hesíodo quería decir que Prometeo había robado a los dioses la luz de la inteligencia para regalarla a los hombres. El hombre había conseguido perpetuar el fuego, que desde entonces no ha faltado sobre la Tierra: ni en los templos paganos zigurats, ni en los altares cristianos, el Fuego Eterno del Holocausto Judío y la Llama Olímpica.

El hombre no hablaba. Aprendió de sus congéneres los demás animales, simios, delfines, ballenas, a comunicarse entre sí, y de los pájaros a cantar. Antes que en la palabra escrita se había expresado en imágenes, con una capacidad simbólica y estética insuperables. Cuando ya tenía una nomenclatura de las cosas que le rodeaban, se expresó, primero en canto sin palabras y luego en poesía. La imperiosa necesidad de atrapar la instantánea y huidiza idea, le sugirió la escritura pintura ideográfica, cuneiforme y jeroglífica después, 3.000 años antes de nuestra era, en Sumeria y Egipto, cunas de nuestra civilización occidental.

Las palabras que cada tribu había ido creando para su uso zonal durante balbucientes milenios, se fueron fusionando en el área que tratamos, en dos grupos principales: indoario-indoeuropeo y lenguas semíticas, originadas por los pueblos migratorios procedentes de Arabia.

sábado, 21 de marzo de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

EL ECLECTICISMO FINAL

Desde el Olimpo, los dioses han ido descendiendo hasta unirse con su atormentada criatura, el hombre.

A mediados del siglo XIX el efervescente Manifiesto Comunista encorajina a los proletarios del mundo a unirse en la defensa de sus derechos de clase obrera. El Romanticismo impregna el Realismo Socialista, el Modernismo, el Surrealismo vanguardista, y todos los Ismos subsiguientes. Francia acuña el vocablo universal Art Nouveau.

La primera guerra mundial, jaque mate a la caída de los zares y al imperio Austro-Húngaro, modifica estrepitosamente el tablero de ajedrez que es Europa. Rusia reemprende la traicionada Revolución francesa, aumentada y corregida esta vez.

Entre todos aquellos creadores pioneros en el devenir de nuevos estilos, Antonio Gaudí es el más imaginativo y ecléctico. Construye la primera sede obrera en Mataró. Diseña el idílico palacete el Capricho en Comillas, en estilo neomudéjar, que ha tenido un gran florecimiento entre finales del siglo XIX y principios del XX en palacios y plazas de toros, en España y América. La Sagrada Familia de Barcelona es un compendio de todos los estilos arquitectónicos que han enaltecido a la Humanidad.

El otro arquitecto universal de sus tiempos es el suizo Le Corbusier, más laico y socializante que Gaudí, en cuyo edificio en el boulevard Michelet de Marsella, cerca del Vieux Port, y no lejos de la catedral bizantina, viví durante dos años, 17 después de su inauguración. Padre de la arquitectura moderna, diseña viviendas sociales en la India, palacios de deportes y el Metro de Moscú. Su discípulo y colaborador Oscar Niemeyer desarrolla el proyecto conjunto de la ciudad ideal de Brasilia, y contra todos los problemas sociales, da a su país una gran monumentalidad arquitectónica.

La arquitectura soviética denota el utilitarismo social en construcciones y viviendas populares. Los países satélites se alinean de sólidos cubos rectangulares y uniformes hileras de ventanas cuadriculadas, en un sobrio neoclasicismo modernizado y socializante, víctima del criticismo de occidente, más político que construccional. Desde Alemania del Este hasta el Báltico, Corea del Norte, Vietnam, Mongolia, incluso la tradicionalista China de exóticos tejados de pagoda vueltos hacia arriba, ya disuelto también su milenario imperialismo.

En países del Este europeo, miembros de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, perdura el bizantinismo veneciano de siglos anteriores, así como en Viena, donde sorprende el socializante sovietismo de transición del Karl-Max-Hof de los barrios periféricos, en contraste con el casco histórico, tan moderadamente imperial como el Madrid de los Austrias. Inmensos hoteles-caserna, renovados en su interior, ofrecen hoy un aceptable confort de Hungría Comunitaria. La sobriedad soviética estaba muy superada ya en la Yugoslavia de Tito. Impactante es el estilo victoriano del casco histórico de Praga, protegido por el príncipe Carlos de Inglaterra. La aparente prosperidad del país, acabado de salir del comunismo, quizá se deba a la fabricación de armamento.

La Universidad Laboral de Gijón, de tiempos de Franco, llamada el Escorial del Norte por su monumentalidad, y porque de alguna manera lo evocan su cuadrangular estructura, la imperial entrada de soberbios herrajes, el barroquismo berniniano de la iglesia, el grutesco del desfasado teatro, en dicotomía con el conspicuo estilo soviético en las ventanas y aulas que dan al inmenso patio, más acorde con la funcionalidad a que estaba destinado, y que a esas alturas del siglo se había impuesto más o menos sofisticadamente en el resto de Europa.

La torre Eiffel, sin la que hoy no podríamos concebir París, desgastada ya su fealdad de contraste inicial, inaugura la edad del hierro del siglo XX. Estaciones de ferrocarril y puentes diseñados por ingenieros artistas, edificios de Congresos y Ferias Internacionales, rascacielos de acero y cristal en Chicago y Nueva York. Las Torres Gemelas fueron construidas de un bosquejo de Le Corbusier.

Un funcionalismo global, uniforme y diverso, alberga omnipotentes multinacionales que han dejado allá abajo las más altas torres de iglesias y catedrales neogóticas, proyectando amedrentadoras sombras dosificadoras del cielo y del sol común, que hacen que el hombre se sienta una hormiguita insignificante e impotente, apabullado por la deífica capacidad humana para una Creación sintética y artificial. Un Génesis a la inversa, en el que el Hombre, desde siempre, estuviese creando a dios.


Ponencia presentada en el VI Coloquio Internacional de Estudios sobre África y Asia. Publicada por el Instituto de Estudios Ceutíes. Ceuta 2006.

sábado, 14 de marzo de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

VUELTA A LOS ORÍGENES

Como los movimientos milenarios de la Iglesia, siempre tendentes a la pureza y austeridad del cristianismo primitivo, tras los excesos amerengados de tarta imperial de gusto plebeyo en lo que iba degenerando el último rococó, se origina una vuelta drástica a la simplicidad clásica grecorromana, espoleada por los descubrimientos arqueológicos de las ruinas de Herculano y Pompeya, auspiciados por el rey de Nápoles, Carlos VII, III de España después.

Aunque como todas las derivaciones innovadoras, esta tendencia clasicista ya estaba incubada en el renacimiento, y mucho más evidente en el barroco, no menos contribuye a ello el empirismo de las revoluciones burguesas de 1688 en Inglaterra, la Norteamericana con la Declaración de los Derechos del Hombre en 1776, y la francesa en 1789, nacida del Enciclopedismo en el Siglo de las Luces bajo el lema Libertad Igualdad Fraternidad.

Se inicia entonces un arte austero, pragmático y escueto, basado en el orden, equilibrio, serenidad y armonía clásicos. Con esta nueva secularización de la cultura se construyen más hospitales que iglesias, escuelas, museos y academias de Artes y Ciencias. En Italia, impidiadosamente, hay Hospitales de Incurables, denominación que la Medicina Mental de nuestros dias no permitiría. Los edificios simplifican las hiladas de sus fachadas, desprovistas ya de superfluos adornos barrocos. El triángulo del frontispicio griego, tan agrandado en iglesias y catedrales románicas y góticas para albergar la estatuaria religiosa de toda la corte celestial y la escenografía repetitiva del Antiguo y Nuevo Testamentos, vuelve a su tamaño partenón como emblema universal en Teatros Nacionales, Palacios de Justicia, Bolsas, y otros edificios de uso público.

Como potencia emergente, y en su dicotomía de Imperio Romano Germánico, Alemania emula el clasicismo griego y el neoimperialismo de Napoleón. La puerta de Brandeburgo de Berlín, como el San Marcos de Venecia y el arco del triunfo de Constantino en Milán, se coronan con la diosa Victoria cabalgando sobre cuadrigas romanas. Luis I de Baviera enriquece a Munich con Gliptoteca y Pinacoteca, soberbios edificios clásicos provistos de columnatas como las del Vaticano. Cerca de Ratisbona, sobre el Danubio hace erigir un templo al que llama Walhalla, el paraíso de celtas y germanos, Panteón de Hombres Ilustres Alemanes, como la Madeleine de París.

Francia, ahíta de su rococó, con el nuevo césar ítalo-galo, Napoleón, que ya había contemplado el colosalismo de Egipto, con su auto proclamación como Emperador en 1804, traiciona la revolución a la que había servido, y deroga la nueva Era laica y pagana instituida por la República, que había convertido la saqueada Nôtre Dame en Templo de la Razón. La iglesia de la Madeleine, comenzada en tiempos de de Luis XVI, a manera del templo de Neptuno construido en Roma por el helenista emperador Adriano, natural de Itálica, es dedicada a Templo de la Gracia y de la Fama de la Gran Armada, y los Inválidos de tiempos de Luis XIV, en su propia tumba, cuando ya había llenado París de arcos de triunfo, copias de los de la Roma imperial. Su hijo, el Rey de Roma, Napoleón II, como el de Julio César y Cleopatra, Cesarión, nunca llegaría a reinar.

La Rusia bizantina de Pedro I el Grande se occidentaliza, proceso continuado por Catalina II la Grande, y hasta la caída de los zares. Alejandro I celebra su victoria sobre Napoleón con la erección del palacio del Almirantazgo y la espléndida catedral de Kazan de cúpulas y columnatas como las del Vaticano, el edificio de la Bolsa sobre el río Neva y los grandiosos teatros nacionales de San Petersburgo y Moscú, de frontispicios griegos, ambos coronados por cuadrigas, como en Berlín.

Inglaterra pasa de un incipiente barroquismo a un elegante neoclasicismo en la Galería Nacional, el Museo Británico, la Bolsa, el Banco de Inglaterra, y un arco de triunfo dedicado a Lord Wellington, vencedor de Napoleón. Clona su estilo en sus colonias de Nueva Inglaterra, Boston, Filadelfia y Washington, con la Casa Blanca, el Capitolio y el Monticello de Jefferson en Vermont.

El monarca ilustrado Carlos III, que ya viene de una corte muy floreciente en Nápoles, continúa en España la obra modernizadora de su padre Felipe V y de su medio hermano Fernando VI. Erradica la canallesca costumbre del “agua va”, y recorta encubridoras capas y alados chambergos, a los que los españoles estaban tan apegados. Nos dejan la monumentalidad de las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Museo del Prado, la Fábrica de Tabaco de Sevilla y la emblemática Puerta de Alcalá. El neoclasicismo en la América española nos da el Palacio de la Minería en México y la Casa de la Moneda en Santiago de Chile, luego Palacio Presidencial, de infausta memoria reciente.

sábado, 7 de marzo de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

EL FRÍVOLO ROCOCÓ

Francia, ambivalente durante la Contrarreforma hasta la Noche de San Bartolomé, tocada por el Calvinismo en el norte y en la Navarra borbónica de la nueva dinastía de Enrique IV, que rectifica para ocupar el trono de San Luis, en el siglo del Rey Sol se modera en construcciones religiosas, tan pródigas en su suelo, concentrada en la erección del palacio de Versalles, el más espléndido de sus tiempos y modelo para el resto de Europa.

Sin dejar de ser renacentista, este laicismo profano desemboca en el Rococó, barroco desenfrenado y decadente hacia su meta final. Es un tiempo álgido de sedas bordados encajes puntillas, pelucas rizadas y empolvadas, que va a durar hasta la Revolución.

Apartándose del tenebrismo anterior, los colores se suavizan sensualmente en verdes rosas azules malvas. Los interiores se iluminan de blancos y dorados. Buena muestra de ello la tenemos en techos y puertas en el monasterio de Yuso en la Cogolla. Espejos y cornucopias de sobrecargados marcos asimétricos adornan las paredes, guirnaldas de flores y sensuales Cupidos voladores decoran los techos. Hasta el léxico se impregna de liviandad: chinoiseries, por la excelencia de la porcelana china, bibelots biscuits bagatelas chucherías, denotan un estilo cortesano frívolo y burgués, al que se llama Pompadour por la más famosa de las amantes de Luis XV.

Alemania va a usar profusamente, sin caer en lo banal, este arte de rocallas y grutescos, ya patente en las villas privadas de algunos de los emperadores romanos en los acantilados de la costa y en las colinas junto al Tiber. Federico II el Grande de Prusia se hace construir su palacio Sanssouci a la manera de Versalles, en su corte de Postdam. También el zar Pedro I el Grande va a dar grandiosidad versallesca a su ciudad de San Petersburgo y a su palacio Monplaisir. Baviera, y Bohemia todavía contrarreformista, construyen iglesias de interiores ampulosamente rococó, arte más de interiores que de fachadas.

El palacio de Schömbrunn de la emperatriz María Teresa, como el Trianón de su hija María Antonieta, cuenta con salas de porcelanas chinas, relojes, fastuosas lámparas de cristal de Bohemia y Sévres, etc. Sus regios salones están decorados con narcisistas retratos de la hermosa y desgraciada emperatriz de Austria Isabel de Baviera. Su hijo Rodolfo, el último de su rama, no llegará a reinar. Asesinado, se sospecha, por su propio padre Francisco José, junto con su amante, la jovencísima baronesa húngara María Vétsera, al haber comido setas venenosas de aquellos bosques circundantes, en cuyo castillo de Mayerling, en las escarpaduras melodiosas de los Bosques de Viena, vivieron su infortunado amor y su tragedia final.

Según la versión oficial, el Archiduque había disparado a su amada y luego a sí mismo, en el pabellón de caza, hoy convento carmelita y museo. Su padre no lo creía digno del trono imperial. Sospechaba que no era hijo suyo, sino del conde húngaro Andrassy, con quien Sissí había mantenido una políticamente peligrosa amistad. A Rodolfo se le acusaba también de haber convivido al mismo tiempo con la propia madre de su amante, tan bella como la hija.

Destino trágico el de Rodolfo, como el de su propia madre, asesinada en Ginebra en 1898 por un anarquista italiano que le atravesó el corazón con un arma punzante. Y como su tío, Maximiliano de México, y su primo y sucesor el Archiduque Francisco Fernando, asesinado junto con su esposa en Sarajevo, hecho que colmó el vaso desencadenante de la tan deseada primera guerra mundial, fin del imperio Austro-Húngaro de los Habsburgo y el de los zares Romanov.