sábado, 12 de diciembre de 2009

EL ATRIBUTO HUMANO MÁS CERCANO A LA DIVINIDAD

SIGLOS XIX Y XX

Estos dos siglos vienen a enriquecernos con una música impresionista y descriptiva, emancipada sin embargo del acervo común histórico. Vamos dejando atrás en el tiempo la época del gran poeta alemán Friedrich Schiller de la Oda a la alegría, y a su contemporáneo Goethe de los temas más musicalizados, Fausto y Mefistófeles.Héctor Berlioz inaugura el siglo XIX con su novedosa Sinfonía fantástica. Muy acertadamente coincide en las tres grandes B musicales: Bach Beethoven y él mismo. El exitoso judío-cristiano Félix Mendelssohn sigue deleitando con su marcha nupcial del Sueño de una noche de verano a todas las parejas casaderas del mundo. Los más hieráticos eligen la de Tanhäuser y Lohengrin de Wagner.El polaco Frédéric Chopin, ya tuberculoso escribe sus dulces tristezas en el monasterio de Valdemosa en Mallorca, al sufrir el abandono de George Sand por sus amores con la hija de ella. El profundo Robert Schumann, casado con la pianista Clara Wieck, enloquece por los amores de ella con su joven protegido Johannes Brahms, veintitrés años más joven que él.Franz Liszt, clásico romántico impresionista futurista y místico, francmasón y mecenas de muchos compositores de su tiempo, toma el hábito franciscano y nos lega una música de alto contenido místico y espiritual. Su yerno, Richard Wagner, dos años más joven que él, se casa con su hija Cósima Liszt, veinticuatro años más joven que Wagner, ya separada de Hans von Bülow, al que había abandonado por él.En los conciertos dominicales del Lope de Vega había descubierto yo una música nueva para mí: El buque fantasma. Una amiga mía, judía casada con un noruego luterano, en su mansión en las colinas de Hollywood tenía siempre un hilo musical con música wagneriana. A pesar del supuesto antisemitismo del compositor, como el judío Gustav Mahler, también ella adoraba a Wagner.Música interiorizada, Claude Debussy con El mar y su Preludio a la siesta de un fauno, nos evoca a Marc Chagall, como El Carnaval de los animales de Camille Saint-Säenz. El pájaro de fuego de Stravinski a Kandinski, su compatriota.Al despojarme del manto de la música religiosa del internado, salí muy novelera, sobre todo en arquitectura y música. Me deslumbró la Consagración de la Primavera, que con el tiempo me ha ido resultando, como a los que la escucharon por primera vez en su estreno en París, demasiado alborotada y ruidosa. Igual fascinación sentí por Béla Bártók, tan singular, nacido sólo un año antes que Stravinski, cuyo concierto para orquesta 116 me parece una continuación más equilibrada de la Consagración . Precedido por el todavía imperial Gustav Mahler, su amigo, el judío austriaco Arnold Schönberg se ve obligado a emigrar finalmente a los Estados Unidos, debido a la persecución nazi. Influido por lo que se llama "estática francesa", tan evidente también en todas las demás artes, compone La noche transfigurada, de una interiorización y ascetismo que transciende en mucho a la banalidad de su tema literario.Yo encuentro un hilo conductor, una afinidad en la cadena genética musical, en el ascetismo e interiorización personal, que va desde Telemann a Bruckner, a quien Liszt llamaba "el juglar de Dios", y en sus discípulos Gustav Mahler y Schönberg. Maurice Ravel es el Asimov de la música por su matematicidad. Escuché su Bolero orquestal en el Hollywood Bowl, y coreografiado por una compañía española en un teatro de Santa Mónica. Era como una representación de gymnopedia espartana.Partiendo del Cármina Burana medieval, singular música profana coral de su tiempo, emulan en espiritualidad religiosa el Requiem de Benjamín Britten, el Canto a la Tierra de Pablo Neruda, con música de Mikis Theodorakis, y La Misión, de Ennio Morricone. El cine ha sido el medio didáctico de grandes hitos de la música.En el Hollywood Bowl pude asistir a conciertos multitudinarios de música universal. Allí escuché a Isaac Stern, y a Isaac Perlman sentado en su silla de ruedas tocando su Stradivarius heredado de Yehudi Menuhin. En presentaciones de la Casa de España, conocí personalmente a Andrés Segovia y al argentino Atahualpa Yupanqui, que hacía sonar como nadie la madera de su guitarra. Ambos muy humildes.Como editorialista de nuestra revista América Hispana, de corta duración, en su restaurante de Avenida La Brea, poco más abajo de casa, entrevisté al violinista prodigio a los cinco años en Cuba, Xavier Cugat. También sala de exposición de sus caricaturas de personajes célebres, como Moshe Dayan, y su esposa Charo. Me comentó las grandes películas en las que había participado musicalmente. Era un aristócrata del gran mundo.En su residencia de Beberly Hills entrevisté a José Iturbi, muy humilde también. Era muy mayor, pero no lo parecía. Murió poco después. El maestro Manuel García Matos se acaba de marchar de Los Ángeles cuando yo llegué. Lo conocí personalmente en Alcalá de Guadaíra, que lo había adoptado, en 1986 que yo había sido nominada alcalareña del año.De todos los homenajes que he recibido, los más inmerecidos han sido los musicales. En Buenos Aires, por mi inesperada presencia, la Sociedad de Autores Argentinos cambió el programa a canciones españolas. La magnífica e hierática soprano inició con Clavelitos. En Mar del Plata la coral del Instituto de Cultura Gallega que había acogido mi primer recital poético en sur América, presentó las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio. En Uruguay la Coral Guarda e Passa me dedicó un concierto de canciones y villancicos en español e italiano, que filmado por la televisión presentaron como programa especial el día de Navidad, cuando yo ya me había marchado.En un congreso en Los Ángeles, en el que compartí la gala con el poeta nicaragüense Antonio Cuadra, un arpista mexicano nos acompañó en la presentación de mi poema escenificado dedicado a Hernán Cortés, "que digan que estoy dormido y que me lleven a ti", de Aceves Mejías, refiriéndome al traslado del cuerpo del Conquistador a México desde Castilleja de la Cuesta en Sevilla, donde murió.Solía asistir a conciertos de espirituales en templos de Los Ángeles y alrededores, que, aparte de ciertas estridencias e histerismos, me daban una sensación de plenitud coral. Siempre quise desplazarme a Salt Lake City, vaticano de los mormones, por sus célebres coros de origen anglicano. Lo intenté en el templo de Westwood, y por no ser yo mormona no me dejaron entrar. Pero sí me dieron un tour por las vastísimas instalaciones. También quise asistir a la misa de Resurrección de madrugada en el Hollywood Bowl. Nunca conseguí que me acompañasen los amigos a quienes se lo pedí.Entre los grandes músicos europeos emigrados a Estados Unidos por la persecución nazi, y otros, como Béla Bártok, por su panamericanismo alcanzan repercusión internacional el bachiano brasileño Héctor Villalobos, el sublimizador del tango argentino, Astor Piazzola, y el estadounidense Aarón Copland, junto al enternecedor afro americano George Gershwin.