sábado, 6 de junio de 2009

EL ATRIBUTO HUMANO MÁS CERCANO A LA DIVINIDAD

MATERIALIZACIÓN INSTRUMENTAL

El más sutil de los elementos, el gaseoso o cristal del aire, sin el que el fuego no prende, las nubes no se acumulan, el trueno no suena, el granizo la nieve y la lluvia no bajan; el elemento menos material en el que se produce la metafísica de la música; del que el hombre respira su ka y su prana, según algunas religiones, es el aliento de Dios.

Seguramente el hombre ya cantaba y hablaba antes de pintar magistralmente animales totémicos en sus cuevas. Antes de construir tumbas megalíticas para enterrar a sus muertos, a los que acompañaban con cantos. En las cazas rituales, en las noches de luna llena danzando alrededor del fuego, como siguen haciendo los indios americanos de las tribus aun no extinguidas.

Y se iban proveyendo de instrumentos musicales: flautas hechas con cañas o largos huesos que agujereaban, tambores cubiertos con pieles, y cuernos de animales que les servían para hacer poderosos reclamos entre montañas, avisando sucesos o la aparición de tribus rivales. El poderoso cuerno alpino hecho con el vaciado de troncos de árboles, que tanto he visto fotografiados en el folclore suizo y paisajes del Tirol.

5.000 años antes de nuestra era, en Sumeria ya usaban instrumentos de percusión y de cuerda, como la lira y el arpa. En el Imperio Nuevo egipcio ya contaban con una escala musical de cuatro notas, con el arpa y el oboe. En el siglo IV a., los chinos inventan la teoría de cinco notas y hacen flautas de cañas de bambú. En Grecia cuentan con la siringa o flauta de Pan, semejante a la quena peruana, que tal vez llevaron allá los egipcios, junto con las pirámides y los matrimonios endogámicos reales. Las danzas dionisíacas eran acompañadas con cítaras y castañuelas o crótalos. Orfeo habitaba en el Olimpo con su padre Apolo y su madre Calíope.

El pueblo judío tenía el shofar, cuerno de carnero que les acompañaba en su travesía por el desierto, en las danzas del rey David y los Salmos de Salomón en el Templo. Que siguen usando en la celebración del Rosha-ha-Shana y Yom Kipur, sus fiestas de año nuevo y Expiación.

En una apertura de curso, en la Universidad de los Reyes Católicos, en Salamanca, un cortejo de clérigos y decanos en togas negras, albas y roquetes de encajes, bonetes y solideos carmesí, tiaras cardenalicias, capas pluviales y dalmáticas de seda bordadas en plata y oro, partiendo de la famosa escalinata, avanzaba por los claustros portando grandes trombones y tubas de hojalata dorada, y otros instrumentos antiguos.Tocaban música del rey David, me dijeron. Debían referirse a la partitura de 1570 conservada en Londres. Me impresionó aquella música producida por el pueblo más conflictivo de la historia.

En Los Ángeles pertenecí a la orquesta de Westwood. El director judío, Alvin Mills, había pasado algún tiempo de investigación musical en España, donde se había casado con una valenciana. La hija de ambos tenía como padrino a Georg Solti, que vivía en Los Ángeles con su esposa. No llegué a conocerlos personalmente. Dos señoras que pertenecían a la orquesta, coincidían en afirmar que Dios es la música. Dado que también eran judías, me sorprendió su cercanía a la teoría pagana de Pitágoras. Pasarían años antes de enterarme que la frase había sido pronunciada por Albert Einstein, que al salir de un concierto de violín de Yehudi Menuhin dijo: "Ahora sí que creo que Dios existe."