sábado, 14 de marzo de 2009

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA

VUELTA A LOS ORÍGENES

Como los movimientos milenarios de la Iglesia, siempre tendentes a la pureza y austeridad del cristianismo primitivo, tras los excesos amerengados de tarta imperial de gusto plebeyo en lo que iba degenerando el último rococó, se origina una vuelta drástica a la simplicidad clásica grecorromana, espoleada por los descubrimientos arqueológicos de las ruinas de Herculano y Pompeya, auspiciados por el rey de Nápoles, Carlos VII, III de España después.

Aunque como todas las derivaciones innovadoras, esta tendencia clasicista ya estaba incubada en el renacimiento, y mucho más evidente en el barroco, no menos contribuye a ello el empirismo de las revoluciones burguesas de 1688 en Inglaterra, la Norteamericana con la Declaración de los Derechos del Hombre en 1776, y la francesa en 1789, nacida del Enciclopedismo en el Siglo de las Luces bajo el lema Libertad Igualdad Fraternidad.

Se inicia entonces un arte austero, pragmático y escueto, basado en el orden, equilibrio, serenidad y armonía clásicos. Con esta nueva secularización de la cultura se construyen más hospitales que iglesias, escuelas, museos y academias de Artes y Ciencias. En Italia, impidiadosamente, hay Hospitales de Incurables, denominación que la Medicina Mental de nuestros dias no permitiría. Los edificios simplifican las hiladas de sus fachadas, desprovistas ya de superfluos adornos barrocos. El triángulo del frontispicio griego, tan agrandado en iglesias y catedrales románicas y góticas para albergar la estatuaria religiosa de toda la corte celestial y la escenografía repetitiva del Antiguo y Nuevo Testamentos, vuelve a su tamaño partenón como emblema universal en Teatros Nacionales, Palacios de Justicia, Bolsas, y otros edificios de uso público.

Como potencia emergente, y en su dicotomía de Imperio Romano Germánico, Alemania emula el clasicismo griego y el neoimperialismo de Napoleón. La puerta de Brandeburgo de Berlín, como el San Marcos de Venecia y el arco del triunfo de Constantino en Milán, se coronan con la diosa Victoria cabalgando sobre cuadrigas romanas. Luis I de Baviera enriquece a Munich con Gliptoteca y Pinacoteca, soberbios edificios clásicos provistos de columnatas como las del Vaticano. Cerca de Ratisbona, sobre el Danubio hace erigir un templo al que llama Walhalla, el paraíso de celtas y germanos, Panteón de Hombres Ilustres Alemanes, como la Madeleine de París.

Francia, ahíta de su rococó, con el nuevo césar ítalo-galo, Napoleón, que ya había contemplado el colosalismo de Egipto, con su auto proclamación como Emperador en 1804, traiciona la revolución a la que había servido, y deroga la nueva Era laica y pagana instituida por la República, que había convertido la saqueada Nôtre Dame en Templo de la Razón. La iglesia de la Madeleine, comenzada en tiempos de de Luis XVI, a manera del templo de Neptuno construido en Roma por el helenista emperador Adriano, natural de Itálica, es dedicada a Templo de la Gracia y de la Fama de la Gran Armada, y los Inválidos de tiempos de Luis XIV, en su propia tumba, cuando ya había llenado París de arcos de triunfo, copias de los de la Roma imperial. Su hijo, el Rey de Roma, Napoleón II, como el de Julio César y Cleopatra, Cesarión, nunca llegaría a reinar.

La Rusia bizantina de Pedro I el Grande se occidentaliza, proceso continuado por Catalina II la Grande, y hasta la caída de los zares. Alejandro I celebra su victoria sobre Napoleón con la erección del palacio del Almirantazgo y la espléndida catedral de Kazan de cúpulas y columnatas como las del Vaticano, el edificio de la Bolsa sobre el río Neva y los grandiosos teatros nacionales de San Petersburgo y Moscú, de frontispicios griegos, ambos coronados por cuadrigas, como en Berlín.

Inglaterra pasa de un incipiente barroquismo a un elegante neoclasicismo en la Galería Nacional, el Museo Británico, la Bolsa, el Banco de Inglaterra, y un arco de triunfo dedicado a Lord Wellington, vencedor de Napoleón. Clona su estilo en sus colonias de Nueva Inglaterra, Boston, Filadelfia y Washington, con la Casa Blanca, el Capitolio y el Monticello de Jefferson en Vermont.

El monarca ilustrado Carlos III, que ya viene de una corte muy floreciente en Nápoles, continúa en España la obra modernizadora de su padre Felipe V y de su medio hermano Fernando VI. Erradica la canallesca costumbre del “agua va”, y recorta encubridoras capas y alados chambergos, a los que los españoles estaban tan apegados. Nos dejan la monumentalidad de las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Museo del Prado, la Fábrica de Tabaco de Sevilla y la emblemática Puerta de Alcalá. El neoclasicismo en la América española nos da el Palacio de la Minería en México y la Casa de la Moneda en Santiago de Chile, luego Palacio Presidencial, de infausta memoria reciente.