viernes, 21 de noviembre de 2008

LAS MIL Y UNA NOCHES EN LA LITERATURA OCCIDENTAL

EL ARCIPRESTE DE HITA Y CERVANTES

Si difícil es sintetizar el proceso de influencia judeo-cristiana-islámica en las letras occidentales, hacerlo sobre España, ocho siglos musulmana, es apenas esbozable. El árabe se hablaba en tres cuartas partes de la península. Muchos cuentos de las mil y una noches son escritos por arabistas españoles, y sus traducciones circulaban por toda Europa. Fueron los mozárabes los artífices de la mezcla aljamía, lengua de cristianos escrita en caracteres árabes. En el siglo XI el presbítero Vinicio tenía que traducir las canciones eclesiásticas para el obispo de la catedral de Toledo, Abdel Malic.

De la transición del latín al castellano va a quedar una lengua, viva aun hoy, de una gran belleza fónica y candidez expresiva, que hablan los judíos españoles dispersos por el mundo, que tanto contribuyeron a ella y he oído en Marsella Nueva York y Los Ángeles, donde como en Israel, se editan periódicos en ladino. En la hermética sinagoga sefardí de Westwood tuve el privilegio de ser invitada a la proyección de un cortometraje titulado, creo recordar, Añoranzas de Sefarad.

El emperador Federico II muere en 1250, coincidiendo con el rey San Fernando. Su hijo Alfonso X el Sabio era el príncipe europeo, más idóneo para seguirle en el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que intentó sin conseguirlo. No será hasta muchas generaciones después en las dinastías castellanas, cuando Carlos V va a lograrlo en el siglo XVI, consolidándolo con el saqueo de Roma, en lo más álgido del imperio español, cuando ya España había desdoblado el mundo.

A la escuela de traductores de Toledo, corte del rey legislador y poeta, llegan sabios de toda Europa para traducir los libros sapienciales del griego y del latín, del árabe y del hebreo. En un castellano incipiente, aun muy latinizado, Alfonso X escribe las Partidas, las Crónicas y las Cantigas. En el códice de Toledo, Ibn Abdún, como si ya hubiese leído a Boccaccio, que sí le hubiera podido leer a él, escribe que “los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas, por lo que a las mujeres musulmanas debe prohibírseles entrar en las iglesias cristianas, y a las mujeres cristianas también. Éstas comen y fornican con los clérigos, y no hay ni uno solo de ellos que no tenga una o más mujeres con quienes acostarse”. Y como si Ibn Abdún hubiese leído a San Pablo, cosa muy posible, aconseja que “convendría mandar a los clérigos que se casasen, como hacen en oriente, y a los hombres se les debe obligar a circuncidarse, como lo hizo Jesús” - Dios lo bendiga y lo salve.

El rey Sabio hace traducir del árabe los cuentos indios Calila e Dimna. Su hermano don Fadrique hace traducir el Sendebar. Su sobrino don Juan Manuel escribe el Conde Lucanor. Tutor de su sobrino Alfonso XI, éste, como tantos reyes poetas de Al Andalus, hace que se escriba en versos la crónica de la batalla de El Salado, y quizás sea él mismo quien escribe el poema a su bienamada Doña Leonor de Guzmán, castellana de nuestra fortaleza de Alcalá de Guadaíra, regalo del Rey, y madre del vástago que va a constituir la revoltosa dinastía de los Trastámara, hasta llegar a los Reyes Católicos.

En la literatura de gesta, algo tardía en España, contamos con la saga de los Amadís de Gaula, culminada con el Cantar del Mío Cid, tan pleno de lo que Cervantes llamaba “la morisma”, y de arabismos de exquisita musicalidad.

Pero es el Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, nacido en el siglo XIV en la ciudad fronteriza de Alcalá la Real, cautivo de los moros en su infancia, con su Libro de buen amor, tan antitético de lo artificioso del amor cortés, de desenfadada literatura laica y profana, sutilmente anticlerical entre Dios y el diablo y su entrañable Trotaconventos, escrito antes que el Decameron y los Cuentos de Canterbury, quien en la literatura castellana, enlaza más con Las Mil y una noches.

El Cardenal Cisneros edita la Biblia Políglota Complutense. El judío converso Fernando de Rojas escribe La Celestina antes de que Shakespeare lleve a la escena su Romeo y Julieta.

Miguel de Cervantes y William Shakespeare mueren el mismo día. Coincidencia cronológica de los dos creadores de las dos lenguas modernas de los dos imperios emergentes. Cervantes, en su Evangelio del Quijote, según lo califica acertadamente don Miguel de Unamuno, con una amable pero arrasadora sátira de las novelas de caballería, pone fin a toda la literatura folletinesca escrita hasta entonces, estableciendo los cánones de la literatura moderna universal. A partir de él se va a obviar el mito y se va a abrir los ojos a un entorno de realidad. La fábula arcaizante de gesta, no falta de brillantez, ha quedado relegada al pasado histórico. Cervantes ha creado el personaje literario nuevo y el escenario actual.
No sé cómo en mi juventud apareció en casa una versión ilustrada del Quijote, forrada en piel con portada grabada en oro, en castellano antiguo y letras góticas, que nunca me animé a leer por lo dificultoso del texto, y que un día desapareció, tan misteriosamente como había llegado.

Los reaccionarios cuentos de las mil y una noches no habían sido muy apreciados por los austeros seguidores del Corán. En 1895 se publica en Barcelona una edición completa. Blasco Ibáñez hace otra después. Y Washington Irving escribe sus Cuentos de la Alambra.


LOS CUENTOS DE CANTERBURY Y SHAKESPEARE

A principios del siglo VIII Beda el Venerable escribe la historia eclesiástica de Bretaña y Godofredo de Monmouth la vida de Merlín, en lo que se van a basar las leyendas artúricas bretonas y normandas de los héroes cristianos de la leyenda del Santo Grial y de los viajes fantásticos del Simbad británico San Borondón y su ballena flotante o isla giratoria, localizada en el archipiélago canario, donde estuvo Lancelot, que aparece y desaparece aun en nuestros días, supuestamente base de operaciones de intra y extra terrestres.

En el siglo XIV Geoffrey de Chaucer, protegido del célebre duque Juan de Gante, iniciador de las guerras civiles entre Lancasters y Yorks, y hombre de Estado de Eduardo III, viaja a España en misión diplomática, a Francia y a Italia, donde conoce personalmente a Boccaccio. Influido por el Decameron, escribe sus cuentos en el marco de las peregrinaciones a la abadía de Canterbury, donde estaba enterrado el obispo y canciller Santo Tomás Becket, asesinado al pie del altar por mandato de Enrique II. El asesinato de Tomás Moro por Enrique VIII va a ser un calco de éste tres siglos después.

El proyecto original de ciento veinte cuentos, dos a la ida y dos a la vuelta que cada uno de los treinta romeros tenía que improvisar, quedó reducido a sólo veinticuatro por muerte del autor.

Primigenio constructor de la lengua inglesa renacentista, fundida con los dialectos autóctonos, Chaucer precede a Shakespeare en la agudeza psicológica de sus personajes: la Priora habla “avergonzada” el francés de la abadía de Stratford, de donde ella procede, y lengua oficial de la corte normanda de Londres. Las lenguas vernáculas son habladas solamente por los campesinos y las clases bajas.

En el mismo tono jocoso de las Mil y una noches y el Decameron, los cuentos de Chaucer están escritos en un lenguaje irónico, satírico y mordaz. El médico, presumiblemente judío o musulmán, usa el tarot y el horóscopo para curar a sus pacientes. El espléndido cuento de El Bulero, o vendedor de indulgencias, es una incisiva sátira anticlerical, de sofisticado humor británico: “El Bulero acababa de llegar de Roma, llevando en su cartera las indulgencias, todavía calentitas. Imberbe y cutifino, le tomé por castrado e invertido. Pero en toda Inglaterra no había un bulero que lo superase”.

Valiéndose de un lenguaje muy versátil, según la semántica del oficio del protagonista, ”el molinero usa expresiones rústicas, groseras, y de una sencillez brutal”. Por supuesto que ninguno de los personajes glosados pasa por alto con despiadada hilaridad al marido viejo y cornudo, burlado por la esposa joven y fogosa, “retozona como un potrillo “ de El celoso extremeño de Cervantes.

Pero es Shakespeare a final del siglo XVI el creador del inglés moderno universal. Con una brillantez insuperable, eleva el rústico escocés galés e irlandés locales hasta la lengua imperial británica, pragmática y global de la cibernética de nuestros días.

Más aristocrático que teocrático, el dramaturgo lleva a escena la historia de Inglaterra, en un contexto de tragedia griega, con las sangrientas biografías de Eduardos Enriques Ricardos y la macabra Torre de Londres. Un crítico francés lo califica de “cómico histriónico y sanguinario” motivado por el drama escénico de Enrique VI, casado con Margarita de Francia, hija del rey Anjou de Nápoles y Jerusalén, descendiente del emperador Federico II, y por la endogamia real anglo-francesa, reina de Inglaterra después. El Hamlet danés y el Macbeth de los Estuardo escoceses nos descubren las más tenebrosas profundidades del alma humana. Con toda razón uno de sus críticos dice que “la obscenidad no llega a aflorar en esta excelsa literatura”.

Con el mercader judío Shylock y la tragedia del moro Otelo de la Venecia bizantinizada de su tiempo, Shakespeare sostiene el hilo de Ariadna de la influencia oriental. El traductor español de sus obras completas afirma que el inglés es la lengua más hermosa del mundo. La más específica pragmática y concreta, sin duda. Él traduce literalmente “La doma de la bravía”, por la irrebasable traducción libre en español “La fierecilla domada”. Una alumna norteamericana tradujo “hay moros en la costa” por “hay árabes en la playa”, cuya literalidad no se le podría rebatir.

A partir del dicho atribuido a Carlos V, se amplía que el italiano es la lengua de los cantantes, el francés la del amor, el alemán la de la guerra, el inglés la lengua que habla el diablo, y el español la que habla Dios.

Las primeras traducciones al inglés de las Mil y una noches, se hacen a mediados del siglo XIX. Traducida de una versión de El Cairo del siglo XV, se hace otra en 1920, imprescindible para los británicos que junto con Lawrence de Arabia andaban entonces por allá.

La antorcha helenística de Shakespeare pasará a Charles Darwin, a Dickens y a Bernard Shaw.

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