jueves, 17 de junio de 2010

FILOSOFÍA DE LA FILOSOFÍA

VII – UN MUNDO FELIZ

Habiendo crecido en la larga posguerra civil española, conocí las colas de patatas y carbón, y las cartillas de racionamiento. En la mente de la gente permanecía el recuerdo de la miseria general que el pueblo había sufrido durante la monarquía, apenas aliviada por la efímera república y heredada por Franco un lustro después. Una paupérrima cultura de taberna, atestadas con hombres de gorras mugrientas, de las que salía olor a vino peleón y el sonido de palmas sordas acompañando los tientos desgarrados de un cantaor macilento de dientes cariados “cuya hambre asomaba a sus ojos.”
A mí no me faltaron sábanas limpias en la cama ni mantel en la mesa con los suficientes alimentos para subsistir. Si no pasé hambre se debió a mi inapetencia infantil. Mi voracidad se centraba en mis lecturas que me hacían olvidar la miseria intelectual del entorno para sentirme feliz. Creía que tal oscurantismo era privativo de España, pero lecturas posteriores, viajes, películas, reportajes y estancias en otros países me demostraron que en todas partes cuecen habas.

Lenta e imperceptiblemente la España de Franco iba cambiando para mejor.
Yo ignoraba otras cosas. Mi familia no sufrió ninguna violencia.
Se creaban pantanos y dignos hospitales de la Seguridad Social, que sustituían al antiguo hospital de pobres. Yo misma trabajé en el primer Ambulatorio que se creó en Alcalá, mientras estudiaba para obtener el título de Enfermera en la Facultad de Medicina de Sevilla. A ese bienestar social contribuyeron grandemente las Bases Norteamericanas de Utilización Conjunta, impacto social y económico a lo que la literatura española ha prestado tan poca atención. Aprendí rápidamente inglés, y al trabajar para ellos mi economía se catapultó.

En mi primera visita a España desde el extranjero, en las postrimerías de Franco, noté un paso agigantado en las condiciones de vida y en la mentalidad social. Con mi propia prosperidad y el final de la guerra del Vietnam creí que las miserias humanas estaban acabando y que el hombre se encaminaba hacia un mundo feliz. Pero me equivocaba, como la paloma de Alberti. Ahora creo que nos dirigimos hacia un holocausto cósmico, sin llegar al tremendismo de Calderón de que el mayor delito del hombre es haber nacido. Somos inocentes de tal culpa.

A pesar de tantos adelantos científicos no hemos sido capaces de despojarnos de la mentira, la hipocresía, afanes de fama placeres y poder, de la codicia y el oscurantismo. Para lo que el misticismo religioso de siglos pasados tampoco nos ayudó. A pesar de los esfuerzos de multitud de salvadores, el misterio es que la salvación está fuera de nuestro alcance. Cada cual cree encontrarlo en algo distinto, muchas veces contradictorio, con la aceptación del vulgo del axioma “Nada es verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.”

La significativa repartición de los panes y los peces por Cristo, hace dos mil años, no ha mitigado el hambre y la miseria del mundo, cada día más extendidas. Cuando yo hacía colectas para el Domund, domingo mundial de la propagación de la fe, depositaba mil pesetas de mis ahorros en el colector. Pero eso no ha aliviado a los niños obreros o guerrilleros, a los lisiados por minas anti persona, ni la prostitución infantil, víctima del turismo sexual.

El continente africano, bebido por la sequía, exterminado por las guerrillas étnicas, la malaria la comsupción y el sida, durante siglos no ha podido espantarse las moscas de encima, a pesar de los misioneros y las ONG. Las potencias europeas, en principio fueron a salvarlos, pero se repartieron sus territorios entre sí. Al presente sólo se ocupan de sus diamantes oro y petróleo, y safaris contra la belleza de sus animales autóctonos. El continente americano, del que nos trajimos la quinina, patatas tomates maíz tabaco, árboles flores y frutas tropicales, como si quisiera vengarse, ahora nos proporciona gangs, Maras, Latin Kings, etc.

En mi internado benéfico pasé años zurciendo medias, remendando sábanas y codos en mis uniformes de algodón. Inmediatamente salieron los tejidos sintéticos, que no llegan a deteriorarse, sino que los desechamos por pasados de moda. Entre tantas maravillas conocidas, aviones, teléfono, radio, cine, electrodomésticos, a mediados del siglo apareció la televisión. De los juguetes que me faltaron cuando niña, ahora con Internet está a mi alcance el universo pasado presente y futuro.

La Ciencia parece ser lo único que nos salvaría, o lo contrario. El acelerador de partículas subatómicas, el LHC de Suiza, catalizador del protón en el vacío cuántico, colisionador de Hadrones o haces de protones de energía, a cerca de un cien por cien de la velocidad de la luz, haciendo colisionar electrones y protones a la temperatura del 0 absoluto, buscando la reproducción de un Big Bang - tal vez hubo otros más del que suponemos – con el Bosson de Higgs o partícula de Dios en la masa de materia oscura o extraña en los agujeros negros. Quizás los sabios que trabajan allí jugando a los dados con Dios, sí posean la verdad, y serán capaces de crear un nuevo universo cuando el nuestro haya desaparecido en un big crunch, convertido en una inmensa bola de fuego o en un cementerio glacial, en alrededor de 4.500 millones de años.

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