jueves, 17 de junio de 2010

FILOSOFÍA DE LA FILOSOFÍA

VI – EN EL PLANETARIO DE LOS ÁNGELES

Muchos años habían pasado desde que en mis primeros balbuceos mentales yo había creído el firmamento un alumbrado urbano muchísimo más alto. Cuando me dijeron que aquellos puntitos luminosos no eran bombillas sino astros, me sentí decepcionada.

Mi visita al Observatorio Astronómico de los Ángeles debió ocurrir en 1987 u 88 del siglo pasado, un día en que el planeta Saturno estaba más cerca de la Tierra en sus treinta años de movimiento de traslación. El Planetario está situado en el Griffith Park, a donde solíamos ir de picnic o a visitar el extenso Aviario, entre sus muchas bellezas naturales.

En el moderno edificio estaban expuestas las más recientes fotografías de misiones espaciales. En el hall de entrada un Péndulo de Foucault muestra ininterrumpidamente el movimiento de rotación de la Tierra. Había una enorme cola para entrar a la sala observatorio. Una escalerilla de madera ascendía hasta el foco de visión del cañón del telescopio. Dos empleados ayudaban al público a subir y bajar. Como Galileo Galilei, el primer mortal que con su potenciado telescopio había podido contemplarlo por primera vez, también a mí me llegó mi hora. Qué digo, el minuto que duró la contemplación del subyugante planeta que Mahler comparaba con una sinfonía.

Contenido casi por entero en el objetivo estaba el inconmensurable astro, que parecía hecho de nieve y algodón - hidrógeno y helio – como un mullido palo de azúcar de feria. En el cuadrante superior izquierdo se divisaba un trozo de anillo, como muchos arco iris juntos menos brillantes. Aquel gigantismo colosal contemplado por primera vez en mi vida, me causó una tremenda conmoción. Creí que me iba a desmayar. Pero ya los dos asistentes me retiraban para ayudarme a bajar y dejar paso a otros espectadores.

Como los astronautas que por primera vez pudieron contemplar parte del espacio infinito, también a mí se me empequeñeció todo lo de aquí abajo. ¿Cómo puede creerse, aun hoy, que un anciano flotando entre nubes, extendiendo sus manos de mago taumaturgo, un día de la semana había creado todo esto diciendo hágase la luz? Más bien parecía que aquel Cronos-Saturno lo habría creado a él.

Durante siglos, y aun hoy, se consideró una herejía decir que el universo es un producto de la agitación de elementos, carente de inteligencia. Se cree que una razón divina rige el cosmos entre lo trascendental y lo absoluto o causa final del devenir. Tanto Aristóteles como mucho más tarde Plotino nos hablaron del motor inmóvil, de la inteligencia de las esferas. De ahí la cohesión con los escolásticos, o de éstos con aquellos.

Demócrito declara que todos los fenómenos se explican por el movimiento mecánico de los átomos, haciendo superfluo cualquier recurso a la intervención divina. Rechaza la inmortalidad del alma, que como el cuerpo está hecha de átomos. Leucipo define al átomo como el elemento último que constituye el universo y el vacío. Epicuro avanza que la rotación de los astros en el vacío es causa mecánica, no teológica. Por eso el sabio no ha de temer a la muerte, que es sólo extinción. Ni a los dioses, que ellos no se ocupan de las cosas humanas, ni exigen presentes ni adoración. Camino por el que desembocamos en el nirvana budista.

Cicerón se pronuncia contra todas las ideas bárbaras e irracionales del cristianismo. Heráclito pensaba que el alma está hecha del fuego primigenio. Y puesto que la energía no se destruye, sino que se recicla, con la destrucción de la materia Pitágoras cree en el eterno retorno del alma, en la reencarnación. Mucho más reciente que todas estas teorías controversiales, Holbach nos advierte que la literatura se vale de las creencias y de las religiones para sus propios fines. La reina intelectual Cristina de Suecia, amiga de Federico II el Grande de Prusia y discípula de Descartes, quien muere en su corte en extrañas circunstancias, aporta que los misterios revelados exceden a la comprensibilidad humana.

La vida, llegada del espacio –panspermia – surge en la tierra por reacciones químicas de la materia muerta inorgánica, cadáveres y excrementos. Generación espontánea desde la materia inanimada, surge se desarrolla y muere. El escarabajo divinizado por los egipcios es el símil. En 1862 Pasteur descubre bacterias y virus, microorganismos increíblemente resistentes que han vivido en el espacio durante eones. En la época del humanismo los hombres se preguntan si los animales tienen alma. Empezando por Descartes muchos otros coinciden en que el bruto participa en el alma universal. Montaigne nos recrimina que no tenemos razón a creernos superiores a los animales. Nunca he visto más profunda tristeza que en los ojos de muchos perros, ni más mansa altivez que en los ojos de los caballos.

Mi precioso cockatiel blanco, de larga cola que arrastraba hieráticamente como una imagen procesional bajo palio, con sus dos lunares anaranjados en lo que serían sus mejillas y su enhiesta cresta coronita, bebía champan de nuestras copas, insistiendo con su pequeño piquito cuando se la apartábamos. Desplegaba su cola y sus alas bailando ballet con música clásica, y se masturbaba contra el palo percha de su jaula, lanzando un trinito de contento al final. Todo eso cabía en su pequeño cerebro de apenas un centímetro cúbico.

Pasados siglos del descubrimiento de América, el Papa declara que los indígenas del nuevo mundo también son racionales y tienen alma. Según Erasmo en su Elogio de la locura, (de la estupidez traduciría yo decantándolo de la patología) Platón no sabía si colocar a la mujer entre los animales racionales o entre los brutos, por la estupidez de este sexo. Menuda misoginia de ambos sabios.

El protón y el electrón se atraen, se juntan y se dividen multiplicándose. Los “electrones ligones” y las inseparables estrellas binarias ¿no son la misma ley del amor?

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